Desde el siglo XIX, el término rococó (del francés rococo, que deriva a su vez de rocaille, rocalla, motivo ornamental que imita rocas, conchas o elementos vegetales) se ha empleado para referir el estilo exuberante y decorativo vigente en Francia desde la primera mitad del siglo XVIII hasta finales del mismo.
Se trata de un estilo cortesano que influyó tanto en la arquitectura, pintura y escultura, como en mobiliario y objetos. Aparece como reacción ante la solemnidad y religiosidad del Barroco, y por el interés de crear un ambiente menos sobrio que el adoptado por Luis XVI en Versalles. Su influencia llegó a las cortes de España, Alemania, Austria, Rusia y al norte de Italia.
A través de composiciones abigarradas, pinceladas sueltas – que confieren a la obra un aire de inmaterialidad-, y una paleta de tonalidades claras –particularmente, rosas, verdes, azules y blancos-, empleadas ya sea con la técnica del óleo o del pastel (muy popular en este momento), la pintura rococó manifiesta intimidad, delicadeza, elegancia, festividad e incluso irreverencia.
Entre los principales representantes de esta tendencia se encuentran los franceses Watteau, Boucher y Fragonard, quienes recrean en sus obras escenas hedonistas, sensuales o pícaras que se desarrollan en ambientes bucólicos idealizados o en habitaciones palaciegas, y que conforman el género conocido como pintura galante.
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