Impresionismo

  

A finales del siglo XIX surge en Francia, como continuidad del interés de la pintura realista de artistas como Corot y con el afán de romper con los esquemas impuestos por el academicismo, un movimiento plástico caracterizado principalmente por intentar plasmar instantes basándose en las cualidades y los efectos de la luz. Para ello toman como base la importancia de pintar al aire libre, siguiendo con la técnica plein air ya planteada por la Escuela de Barbizon. De esta manera se aproximan a la realidad de una forma empírica y se alejan de los convencionalismos de la Academia. Las pinceladas sueltas y la utilización de colores puros les permite experimentar y crear obras donde lo que se representa es un instante, una impresión.

Con el surgimiento de la fotografía, que facilitaba la reproducción fiel del mundo visible; las investigaciones de Chavreul en el campo de la óptica, que demostraron la difracción de la luz en un espectro de color, y el hecho de que el ojo percibe sólo manchas luminosas, los impresionistas perdieron el interés por las representaciones naturalistas y centraron su atención en la luz cambiante del paisaje y en los sucesos fugaces como los reflejos en el agua, las nubes o los atardeceres.

 

El Museo cuenta con dos piezas que se vinculan con el Impresionismo: La primavera de Eugené Chateney y Alrededor de París de Gustave Mascart.

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